¿Quién dijo que si algo es intuitivo, tiene que sentirse “lindo”?
¿En qué momento se nos vendió la idea de que la voz del alma siempre es dulce, amorosa y apacible?
Vamos a decir la verdad:
La intuición no siempre acaricia. A veces grita. A veces te empuja. A veces incomoda.
Y no por eso es menos auténtica.
De hecho, muchas veces es más real cuando no encaja con tus expectativas.
Porque tu alma no está acá para complacerte.
Está para hacerte evolucionar.
Y a veces, eso incluye romperte un poco el ego.
La intuición no es una frase bonita en un fondo pastel.
Es esa sensación incómoda que te dice “no es por acá” justo cuando pensabas que todo estaba perfecto.
Es ese impulso raro de hacer algo que nadie entiende.
Es esa voz que llega en el momento menos esperado y te deja temblando, pero sabiendo que no hay vuelta atrás.
No siempre te va a gustar lo que escuchás
¿Querías señales suaves, mensajes amorosos, validaciones constantes?
Perfecto. A veces las vas a tener.
Pero otras veces, tu intuición te va a partir al medio.
Y ahí es cuando más te está hablando.
Porque la guía no viene a mantenerte cómoda.
Viene a alinearte.
Y alinearse duele, sobre todo cuando implica soltar, elegir distinto, o hacerte cargo de lo que ya sabías, pero no querías mirar.
Ser intuitiva no es vivir flotando.
Es vivir despierta.
Y estar despierta incluye ver lo que no querés ver.
Elegir cuando da miedo.
Confiar cuando no hay garantías.
¿La intuición te incomoda? Bien.
Eso también es señal.
Seguí por ahí.